Después del efecto Roger Waters

Durante la visita de Roger Waters a México, uno de los más sobresalientes músicos del siglo pasado y actual, no sólo por su música sino por toda la parafernalia política y social a su rededor, me he quedado sorprendida de mí y de los mexicanos. Sobre todo, porque en su espectáculo en el territorio, dividido en tres sesiones, se dejó ver una importante crítica al muro propuesto por Donald Trump en su campaña a la presidencia por Estados Unidos; además de mensajes en contra del presidente Enrique Peña y su política de privilegios para unos pocos.

Me han rumiado varias ideas y preguntas durante y después del show del líder de la extinta banda Pink Floyd.

¿Será que nos asunta un muro? ¿nos asusta el señor Trump? ¿que se nos niegue el paso a la nación que millones de migrantes han construido con su sudor? ¿estamos hartos del gobierno priísta de Enrique Peña?  O en realidad, no nos aterroriza nada que no podamos ver por televisión, porque creemos que lo que pasa en lo cotidiano es ficción o ha terminado con nuestra capacidad de asombro. Para mí, en México hay una guerra:

Porque, detrás de nuestros autos, nuestras oficinas, nuestros techos y después de cada plato de comida caliente en nuestras casas, a fuera en Guerreo, Tamaulipas, Veracruz, por mencionar algunos (con altas tasas de homicidios) y en los municipios que, estoy segura, no sabemos ni podemos pronunciar sus nombres, hay una guerra, y no únicamente por la plaza y los miles de kilogramos de pasta de opio, y sembradíos de amapola que se transportan de México al mundo. No señor, a esa guerra no me refiero. Me refiero a la que están librando, los pueblos originarios y sobrevivientes de este México bárbaro, la gente en la sierra, los profesores en las calles; porque no tenemos aulas que quepan en la reforma educativa (laboral).

Me refiero a la guerra, que no se soluciona con un RENUNCIA YA PEÑA coreada por más de 200 mil voces que nos congregamos en el zócalo capitalino, para escuchar la música del británico. Porque esa guerra la hemos construido cada uno de nosotros, con nuestra indiferencia, con tratar a los manifestantes como revoltosos, con esconder de nuestros sentidos a nuestros miles de desaparecidos. Me refiero a la guerra que libran las mujeres cada noche al salir de sus escuelas y trabajos para no ser una víctima más de feminicidios en Estado de México. La que libran cada día los padres y madres de los 43. La guerra que libran las presas y presos que aún siguen sin conocer a su juez, a pesar del ya entrado Nuevo Sistema de Justicia Penal. La guerra que libran los niños que a diario duermen y despiertan sin saber, a su corta edad qué es sentirse satisfecho y no cansado por la desnutrición. La guerra que libran los periodistas, de corazón, porque han tenido que dejar su profesión por el temor de morir bajo gobiernos represores en pleno siglo XXI.

Me entristece saberme parte de esta guerra, que no joven revolucionario, no se terminará con un clamor de ¡RENUNCIA YA! en un concierto de Roger Waters gratuito.

Necesitamos salir a ver la guerra que hemos construido, ésa que estoy segura don Trump, conoce y sabe nos tiene sumidos en un gran muro, uno que muy difícilmente podremos derribar solo con ideas y consignas; más poderoso que cualquiera que se pueda erigir en nuestra frontera norte.

La rabia ayuda, no lo niego, pero hoy me pregunto ¿será que yo también he construido mi propio muro?

Mi reconocimiento para Roger Waters y su equipo, que este fin de semana y pese a la aparente censura, nos regaló un aire fresco, donde los gritos, la lluvia y la rabia o el solo quedar bien, nos unió en una voz; que espero, estemos dispuestos a consolidar en nuestra vida cotidiana.

 

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