¿LEER, O NO LEER? ESA ES LA CUESTIÓN

Si uno ve las listas de “Los mejores libros de la historia” que publican las grandes casas editoriales, periódicos u otros medios de comunicación, notaremos que existe una diferencia abismal entre lo que la crítica o el público consideran los mejores libros. En la primera lista figuran los autores clásicos —o que se están convirtiendo en clásicos—: Horacio, Ovidio, Cervantes, Shakespeare, Dafoe, Joyce, Faulkner, Dostoyevski, Günter Grass, García Márquez, Saramago y un largo etcétera. La segunda lista es más variada, alejada del academicismo y más cercana al gusto de los lectores: D. Adams, J.K. Rowling, R. Dahl, S. King, C.S. Lewis, Tolkien, N. Gaiman, kerouac y hasta cosas como Paulo Coelho. Entonces, ¿Uno debe leer a los clásicos? ¿Está bien si sólo leo mis best-sellers favoritos? ¿Y si sólo leo superación personal?

 

¿Vale la pena leer a los clásicos? Por supuesto que sí. A mi juicio, en ellos uno encuentra una lectura de calidad: va más allá de una buena narración, comunican algo con sus personajes, quieren mostrar ese algo sin ser aleccionadores, uno encuentra conexión con la propia sustancia que nos vuelve humanos. ¿Vale la pena leer un best-seller? Mi respuesta es afirmativa de nuevo: la mayoría están dotados con una buena narración, y nos brindan solaz esparcimiento y creo que, en buena medida, nos ayudan a afinar el ojo y desarrollar la capacidad de reconocer a un buen escritor de otro. Lo que plantea una situación ¿cualquiera puede leer un clásico?

Hagamos un experimento mental: digamos que le doy a leer “El Quijote” a un niño de 8 años. Y luego a alguien de 14, y a alguien en sus veintes, y treintas, y cincuentas. ¿Les intimidaría semejante mamotreto? ¿Les interesaría siquiera? ¿Les aburriría? ¿Les gustaría? Veremos entonces que, del tipo de lector —sus intereses, formación, capacidades y prejuicios— dependerá su afinidad por cierto tipo de obra. En palabras de un amigo, con quien tuve una discusión similar, leemos “para lo que nos alcanza”. No en precio, por supuesto, sino aquello acorde con las características antes descritas. Luego, la comprensión de cierta lectura dependería de la capacidad de la comprensión que se tiene. Pero hace falta considerar otras cosas. La primera es el canon. De cierto modo, se considera que una obra es clásica porque un grupo específico de gente lo considera así. Porque existe, y ha existido una crítica que representa cierta tendencia de pensamiento: aún sin haberlo leído, el nombre de William Shakespeare es bien conocido; y si bien se debe a las virtudes de su obra, en principio sabemos algo de él porque es vox populi, o al menos su nombre flota en la cultura. Las razones por la que una obra literaria se vuelve un clásico serían  entonces, por su calidad: se trata de una obra estructurada, compleja, y con frecuencia, con varios niveles de interpretación; por que existe un grupo de gente que la lee y la valora; y porque ha pasado al prueba del tiempo, pues más y más gente se ha sentido atraída a cierto autor y su obra —como Blake, a quien no se le valoró hasta la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX.

La segunda a considerar es el esfuerzo. La lectura es, entre muchas cosas, un acto que requiere pensar: construir imágenes, procesar figuras literarias, seguir una trama, incluso seguir otras referencias literarias, históricas o culturales. Por lo que una obra compleja será mucho más demandante: requerirá de decodificar diferentes niveles o estilos de narración, seguir más de una trama, decodificar juegos de palabras, relacionarlo todo con acontecimientos de un momento histórico en particular o con otras obras literarias, y saber reconocer estilo e intención. ¿Tiene algo de malo leer algo que no es así de complejo? Claro que no, y es aquí cuando se lee como forma de entretenimiento: aquél best-seller que nos atrapó. Lo que creo que si no es válido es leer algo enteramente hueco, pre-digerido, aleccionador, lleno de figuras obvias o clichés, que no requiere del más mínimo esfuerzo y que pretende decirle a su lector qué hacer.

Nada nos obliga a leer un clásico, pero creo que vale mucho la pena intentarlo. Requerirá de adentrarse en la obra y su contexto —muchas veces me ha parecido que lo mejor de una obra es discutirla— pero puede ser altamente gratificante. Lo importante es leer algo, y dedicarle un rato para meditar si nos gustó y por qué. ¿Qué es ese algo que se nos quiere comunicar? Y desde ahí, seguir, leer más, comparar, meditar, discutir. De cierta forma, no interesarse por una actividad como la lectura o cualquiera otra artística, es como no interesarse por uno mismo, o por aquello que nos humaniza.

 

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