MAURICE SENDAK Y LA CRUDEZA DE LA INFANCIA

La literatura infantil no es (sólo) cosa de niños

Me parece que uno de los más grandes problemas que enfrenta la literatura infantil es que la propia idea de la infancia es una invención relativamente nueva. Es decir, la idea que tenemos de un infante como una persona en desarrollo físico, emocional e intelectual —y, por lo tanto, vulnerable e incapaz de reconocer mucho de cuanto le rodea—, apareció en el mundo occidental por el siglo XVIII con Rosseau, y que se consolidó hacia el XIX —un ejemplo serían los personajes de Charles Dickens—. Basta que hagamos memoria para reconocer cuánto éramos capaces de comprender cuando niños; y cómo vivíamos en un mundo aparte, donde, con frecuencia, la principal amenaza era, paradójicamente, otros niños. Si bien esta visión puede resultar pesimista u obscura, resulta interesante ver que uno de los más grandes exponentes de la literatura infantil, Maurice Sendak, compartiera esta opinión.

Maurice Sendak nació en el seno de una familia judía el 10 de junio de 1928 en Brooklyn, Nueva York. El mismo describió su infancia como difícil, ya que era un niño enfermizo; lo que, aunado al hecho de que varios de sus familiares polacos murieron durante la Segunda Guerra Mundial, provocaron que, desde a una temprana edad, Sendak se hiciera consciente de la fragilidad de la vida. Esta sensación se profundizó cuando tenía cuatro años, pues vio una foto de lo que parecía ser el cadáver de un bebé en un periódico local. Se trataba del bebé Lindbergh, el hijo mayor de Anne Morrow y del aviador Charles Lindbergh —el primer piloto en cruzar el Atlántico, y a quien hace referencia el auditorio en el parque México—, quien falleció al caer desde la ventana de la casa que habitaban los Lindbergh, mientras era sustraído en un intento de secuestro. La imagen del periódico acechó a Sendak por años, y contribuyó a dar forma a la concepción que tenía de la infancia como una etapa profunda y misteriosa de la vida.

Su pasión por el dibujo lo llevó a ilustrar historietas y a diseñar escaparates para una juguetería antes de cumplir los 20 y, tras un encuentro con la editora Ursula Nordstrom, comenzó a trabajar ilustrando libros de otros autores. No sería hasta 1963, que se volvería mundialmente reconocido por su libro Where the wild things are —“Donde viven los monstruos”—, un libro que, además de ser de su propia autoría, forma parte, junto con In the Night Kitchen —“La cocina de noche”, 1970— y Outside over there —“Al otro lado”, 1981

— de lo que el autor consideró como una especie de trilogía sobre el desarrollo psicológico;

ya que el primer libro tiene por protagonista a un niño en edad escolar, el segundo a un niño pequeño, y el tercero a un preadolescente. Estos tres libros, y la obra de Sendak en general, muestran a sus personajes como seres vulnerables, con emociones latentes como la frustración, el enojo, y el temor; y, aun así, capaces de demostrar cualidades como la reflexión, la decisión o el liderazgo; todo ello sin adoptar un tono paternalista.

Tras la muerte de Sendak en 2012, debido a complicaciones tras un accidente cerebrovascular, la revista The New Yorker publicó una entrevista con el dibujante de cómics Art Spiegelman, donde se relata cómo es que éste conoció a Maurice Sendak en 1993, y posteriormente colaboraron en el dibujo de una historieta de dos páginas que trata, precisamente, de la aparente diferencia entre literatura infantil y la adulta; y de la que, a continuación, me permito traducir los últimos cinco paneles, en los que se expresa claramente la idea que tenía Sendak sobre la infancia, y por qué nos resulta tan difícil comprenderla cuando somos adultos:

 

“La gente me dice: ‘Oh, Señor Sendak, desearía estar en contacto con mi niño interior, ¡Como usted! Como si toda fuera pintoresca y suculenta como en Peter Pan. ¡La infancia consiste en caníbales y psicóticos vomitándote en la boca! Y le digo: ‘Usted ya está en contacto, señora, pues es mala con sus hijos, trata a su marido de la mierda, usted miente y es egoísta… ¡Esa es su niña interior!’ En realidad, la infancia es compleja y rica. Es vital, misteriosa y profunda. Recuerdo mi propia infancia de manera vívida. Supe de cosas terribles… sin embargo, sabía que no debía permitir que los adultos supieran que yo sabía de tales cosas… Eso los habría aterrado”

Y que, por cierto, sirvió como base para la película de 1986, Labyrinth, dirigida por Jim Henson, y que contó con la participación de David Bowie.

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