Por el camino ‘beat’… o cómo explorar la CDMX

Sales de un bar de Garibaldi, borracho seguramente. Serán las doce o la una de la mañana, pero te dan ganas de regresar a casa a pie. Echas a andar por Eje Central, haciendo “eses” no por la borrachera, sino para evitar los charcos en la oscuridad.

Pasas junto a un local donde venden unos churros y te da hambre, pero decides comprar unos tacos en un local aún abierto, lleno de gente que igual que tú, ha salido de algún bar. Ves los tacos humeantes y rebosantes de grasa quemada, pero gloriosos después de tanto alcohol.

 

 

Sigues la marcha: deambulas junto a Bellas Artes, tal vez volteas al otro lado de la calle y te preguntas por qué se parece al Palacio Postal y hace cuánto todo ha estado ahí. Comienza a chispear, así que aprietas el paso hasta llegar a la fuente de Salto del Agua. Te distraes pensando en que se ve más nueva de lo que debería, por lo que no notas que la lluvia ahora cae fuerte sobre calles que se han vuelto más oscuras y solitarias, y echas a correr.

Llegas a Álvaro Obregón. Ya no te acuerdas ¿fue por Cuauhtémoc? ¿O te metiste a la Doctores sin darte cuenta? Tu ropa y zapatos chorrean, pero ya ha dejado de llover. Ves el autobús sobre la avenida y te acuerdas que, alguna vez, por ahí pasó un tranvía. Te duelen las piernas, pero ya casi llegas a casa.

 

 

Das vuelta en Orizaba, pasas por la plaza Luis Cabrera con su fuente apagada, aunque aún hay uno que otro noctámbulo por ahí. Serán las dos de la mañana para entonces. Por fin llegas a casa, y parado frente al portón sobre piernas adoloridas, descubres que olvidaste tus llaves. Tendrás que llamar a un amigo.

Querido lector, si el recorrido le parece familiar, déjeme decirle que ya tiene algo en común con Jack Kerouac. La descripción de su recorrido del Centro a la Roma -a veces precisa, a veces delirante como una improvisación de jazz bajo los efectos de la morfina queriendo alcanzar el nirvana- se incluye en uno de los pasajes de su novela corta “Tristessa”, donde narra sus experiencias en la Ciudad de México de los años 50, cuando las cosas parecían más sombrías y sucias; muy lejos del Centro y la Roma actuales.

 

 

El ambiente propicio para enamorarse de una prostituta -que da nombre al libro- y, tal vez, predicar las enseñanzas budistas. No le contaré más, pero intente hacerlo, querido lector: leer el libro o un largo recorrido a pie por su ciudad, pero inténtelo. No se arrepentirá.

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