La música electrónica

Un recorrido por los orígenes y actualidad.

Génesis:

A mediados del siglo XVIII, J.S. Bach acabó de sentar las bases matemáticas y de notación musical (inventadas por Guido d’Arezzo en el siglo IX) que, desde entonces, han regido la música occidental; por ende -y por la realidad geopolítica- han gobernado la del mundo entero. Así, desde hace más de diez siglos, la música se ha creado y escrito siguiendo dicho patrón. Tras un largo proceso evolutivo (D’Arezzo utilizaba el primigenio tetragrama y, dos siglos más tarde, Ugolino de Forli inventó el actual pentagrama), el maestro alemán estableció la teoría de la armonía, que amalgama todo el conjunto y se llegó a un punto de tal exactitud, que nunca nadie ha encontrado mejor manera de trasladar los sonidos al lenguaje escrito. En este sistema, la música se compone y se escribe nota por nota. Las notas son la unidad básica: al mezclarlas se forman compases y con la suma de los compases se integra la pieza. La armonía está dictada por rígidas reglas matemáticas y por una nota dominante, un sonido concreto gobierna el desarrollo de un tema y, con más o con menos diferencias, lo mismo se aplica a la mayoría de músicas que no son de raíz europea.

Y aquí puntualizamos y hablamos de otro tipo de música, más primitiva y básica: las músicas tribales ancestrales, la música como medio de conexión con la divinidad que se manifiesta y opera en la naturaleza y el entorno. Todas estas músicas (o muchas de ellas) han sobrevivido hasta hoy, si bien empequeñecidas ante la industria comercial. La música ritual de pueblos africanos, asiáticos, indoamericanos, basadas en el ritmo y la percusión, el símbolo del latido del corazón y de la tierra en perfecta comunión. Estas músicas no se escriben ni han necesitado un medio material para perdurar; sus vías son la tradición y la vivencia; su finalidad la del trance que se alcanza, bien que sea por la danza y la repetición, a veces, incluso ayudados por enteógenos. Al igual que la música occidental, el objetivo es la elevación espiritual, pero desde otra perspectiva. En occidente el ángulo es más desde el goce estético y la pura contemplación; en las tribus antiguas el acercamiento es más activo (la danza) y más desde dentro (la música hecha por la comunidad misma) . Por este lado, más antiguo, también se ha producido una metamorfosis. En las colonias africanas, la base se mezcló con la armonía europea, dando lugar a hermosísimos estilos de canción (como la senegalesa, la de Cabo Verde y la de Camerún) o a ritmos como el afrobeat, que han conquistado audiencias de todo el mundo y todas las razas. En América, el caso es más complejo, ya que a las diversas culturas nativas y la española que llega se aúnan la africana y la árabe, que los conquistadores traen consigo. Hoy en México, uno de los mejores ejemplos de esto es el son jarocho y el movimiento fandanguero. El fandango es la fiesta comunitaria donde, igual que sus ancestras, la música busca, por repetición de patrones y danza, la elevación espiritual; física y emocional.

Estos procesos han corrido paralelos y han generado tal cantidad de creaciones, que pareció llegar un momento en que ya no era posible mezclar más los sonidos disponibles; la sensación de que todo está escrito y que la única diferencia perceptible está en el sonido y no en la composición. Coincide este punto con la explosión tecnológica actual. De pronto, el músico aburrido puede romper un límite aparentemente establecido, sobre todo después de los sesentas y setentas en los que el rock y todos los subgéneros que dio a luz (muestra de su inefable poder) exploraron el mundo sonoro y rompieron incluso con la carga de tantos siglos de la armonía estricta y perfecta de Bach, sólo para descubrir que era eso, demasiado perfecta para romper con ella. Así, la armonía se simplificó y se siguió experimentando con el sonido y gracias a la electrificación de éste se abrió un mundo nuevo; por ejemplo con una guitarra y unos reguladores de onda incorporados a pedales, James Marshall Hendrix tocaba blues con sonidos que nadie había oído nunca y en los estudios fue el primero que jugó con las grabaciones de su guitarra, las velocidades e incluso las direcciones en las que corrían, superponiendo solos reproducidos en reversa sobre solos reproducidos al doble o la mitad de tiempo, con varios juegos técnicos y de mezcla, como el estéreo manipulado y variable, el sonido que va de un lado a otro y de regreso.

Pero este proceso, tal vez debido a su intensidad, fue breve y se siguió con la infinita curiosidad humana, buscando por distintos lados y, siempre y cada vez más, usando la tecnología, que parecía ir más rápido de lo que la capacidad humana podía manejar. Se calcula que el sintetizador inventado por Robert Moog permite generar más de siete millones de sonidos distintos y que para usarlo en su totalidad un humano necesitaría vivir más de doscientos años. Con Moog Se llegó al nacimiento de la música electrónica, propiamente dicha. Hay que mencionar intentos anteriores de experimentar con el sonido que han perdurado hasta el día de hoy, como el Theremin, (inventado por el ruso Lev Theremin) que se basa en la onda electromagnética y el cuerpo humano como pared de resonancia. Pero fue hasta la mitad del siglo veinte, con el sinte Moog, que el manejo de la nota, y de la onda que produce, se incrustó en la música. Así, uno de los episodios concretos en que podríamos ubicar el nacimiento de la electrónica como género y no como elemento aditivo, es en la película Pompeii de Pink Floyd, durante la grabación del álbum Dark side of the moon, cuando Roger Waters comienza en un receso a jugar con un Moog y, sin querer casi, graba On the run, en la que se aprecia todo un espectro de onda que luego va a dominar sonidos como el techno, el trance o el minimal. Por esa misma época, y siguiendo el camino de la síntesis del sonido (recordamos: la síntesis como el manejo de la onda producida por la nota), aparece en Alemania Tangerine Dream, que incorpora los secuenciadores al sinte y que, además, hace hincapié en la parte visual y de iluminación. Ahora sí, de lleno entramos a la era de la música electrónica, ya que la principal característica que la diferencia con su antecesor occidental es que ya no se compone ni se escribe nota a nota, sino secuencia a secuencia; la unidad básica es el grupo de compases que se van combinando entre sí para lograr expresar ideas o generar ambientes, de la misma manera que antes se hacía con las notas. De la mano de Tangerine Dream, en los setenta, llegan los fundamentales Kraftwerk, que le dan forma al Live act que hoy se ejecuta por todas las salas del mundo, y en quienes queda el reconocimiento de popularizar la música electrónica, y de abrir un camino a las bandas y personas que les han seguido, primero en Alemania y luego en el mundo, como en los ochentas y noventas hicieran el genial Burnt Friedman, maestro del sample y la generación de sonidos y ruidos y su incorporación a la música, o Sr Coconut, mejor conocido como Uwe Schmidt (entre varios seudónimos más), que se orientó con toda su influencia kraftwerkiana hacia Sudamérica y dio vida al género que hoy se conoce como electrolatino.

Pero volvamos al momento de Waters en Pompeii, que se abre otro camino por un lado muy distinto. En la isla de Jamaica, el productor Lee Scratch Perry monta en el patio de su casa el estudio Black Ark y decide experimentar con la ingente cantidad de grabaciones de reggae, ska y calipso que practica gente de la isla. En parte para promocionarlos, decide también presentarse en fiestas, pero no con un grupo, sino simplemente con un par de tocadiscos en los que va sonando toda la música con la que cuenta, y se percata de que al hacerlo, la puede mezclar y lograr, con un par de grabaciones establecidas, una pieza nueva. La llama mezcla, y no contento con eso, se percata también que, si manipula las grabaciones en el estudio, las corta, les quita, les añade, les pone un efecto aquí, las ecualiza distinto allá, le resulta más fácil mezclarlas, y el resultado es mucho mejor aceptado y valorado por la audiencia que lo comienza a seguir y a buscar. A esto lo llama remezcla, y con este par de acciones, Lee Scratch Perry se convierte en el padre del dj moderno y, en principio, el camino que marca será seguido por gente que en Estados Unidos hace lo propio, aunque con las músicas de su lugar y las influencias de su entorno social. De esta manera, en Nueva York, Frankie Knucles mezcla la influencia soul y R&B de su natal Chicago con los ritmos latinos de una ciudad sobre la que, a la sazón, reina la Fania All Stars; y pone sobre la escena la música House, en la que después destacaran artistas como Danny Tenaglia o los Masters at work, con Louie Vega y su maravilloso proyecto Elements Of Life, una orquesta que toca house. Un poco después, en Detroit, Juan Atkins junta a sus amigos Derrick May y Kevin Saunderson (conocidos como el trío Belleville) y reflejando una realidad urbana, mucho más dura que la de Chicago o Nueva York y con mucha menor influencia latina o incluso del soul, se convierte en el padre del Techno, que enraizará sorprendentemente y, gracias a May en Europa, que se verán surgir nombres como Jeff Mills, del mismo Detroit, o Dave Clarke, en Inglaterra. Ritmos contundentes y una repetición más propensa al trance que la del house.

Son varios los géneros y subgéneros que a lo largo de no más de medio siglo han surgido, esto es sólo el principio, y en esta serie de artículos, iremos recorriendo varios aspectos, tanto históricos y sociales, como técnicos e interpretativos que envuelven a esta música, de cuyo génesis hemos sido testigos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Todos los Derechos Reservados Feel ® 2016
Develop & Design: JG