CLÁSICOS QUE NOS ECHARON A PERDER

Recuerdo que un Mark Twain de plastilina —referencia para los televidentes noventeros del canal 11— decía que “los clásicos son aquellos libros que todo el mundo debería leer, pero que nadie quiere leer”. Y eso es un problema, porque en muchas ocasiones, nuestra aproximación o el conocimiento que tenemos de los clásicos están sumamente distorsionados por la cultura pop. Veamos:

 

El extraño caso del Dr. Jeckyll & Mr Hyde, de Robert Louis Stevenson

No porque se haya distorsionado, sino porque es el más grande spoiler del mundo (Por cierto, si usted, amable lector no ha leído el libro, o no sabe de qué va, no permita que sea yo el que lo eche a perder, y sáltese esta sección). Cualquiera que haya visto las caricaturas de Warner Brothers recordará ese corto en que Tweety bird —Piolín, pues. Y si no mal recuerdo, también una araña—, se transforma en un monstruo tras beber de una fórmula. De la misma forma, si alguien vio la liga extraordinaria, también recordará una interpretación del personaje y del duelo que hay en su interior entre sus dos mitades. Y digo personaje, en singular, porque para cualquiera que conozca las dos referencias anteriores ya sabe cómo funciona la cosa. Sabe que ambos nombres apuntan a la misma persona: El Dr. Jeckyll — abogado, médico y ejemplo de rectitud— se convierte en Mr. Hyde —una especie de monstruo, pero en realidad una versión sin inhibiciones ni escrúpulos del buen doctor—, algo que, de leer la novela, ¡el lector se enteraría hasta el final! Por lo que las referencias de cultura pop antes mencionadas, básicamente echan a perder la lectura de quien se interese por el clásico.

 

Frankenstein, de Mary Shelley

¡Ah! Mary Shelley. Quien estuviera conectada con la cultura de su época —estuvo casada con el poeta romántico Percy Bysshe Shelley, y es hija de Mary Wollstoncraft, una de las primeras escritoras feministas— escribió “Frankenstein, o el moderno Prometeo” cuando tenía alrededor de veinte años: una obra que trata de la moral científica, y de la dualidad entre creación y criatura: la relación del hombre con su creación, y con su creador. Sin embargo, cuando se escucha Frankenstein, es fácil remitirse a la criatura tosca y verde llena de cicatrices y de tornillos en el cuello. Nada más lejos de la realidad, porque la versión novelada, nada tiene que ver con esta criatura sacada de un Halloween chafa. El subtítulo de la novela nos habla del ser que a criatura que representaría un bien para la humanidad, pero termina convirtiéndose en un mal. Pero el cine y la cultura pop fueron degradando la novela, despojándola de toda reflexión sobre la naturaleza humana, y dejando en su lugar al monstruo, igualmente desprovisto de toda profundidad. Ahora contamos con las versiones de La familia Munster, apariciones en Scooby Doo, y cuanta parafernalia de Halloween exista.

 

Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle

Más de una vez habremos escuchado la frase: “elemental, mi querido Watson” aunque el personaje jamás dice tal cosa en la novela. Si bien Holmes sí dice que la evidencia es “elemental”, y efectivamente, se dirige a Watson como “mi querido Watson”, nunca se dicen las dos cosas juntas. Y aún peor: el traje ñoño de capa Ulster —que ¡Ay! Holmes sí usa— y la cervadora —ese gorrito ñoño de alas—, acompañada de lupa y pipa. Aditamentos que por supuesto, Holmes no utiliza en las novelas, pero que fueron pequeños agregados que han aparecieron con las representaciones teatrales y los carteles que las anunciaban a finales del siglo XIX y principios del XX: Sidney Piaget introdujo la pipa en una ilustración suya, y William Gillete, introdujo otra pipa —la curveada— y la cervadora cuando lo interpretó; además de reconstruirlo, al cambiar la esencia del personaje de puramente racional a otro más emocional. en el teatro. ¡Ugh! Además de que fue él quien agregó la lupa, el violín y la jeringa. Ahora bien, no es que a Conan Doyle le importara, pues el buscaba desmarcarse de Holmes y desarrollar una obra más seria; por lo que le dio carta blanca al actor para que hiciera cuanto quisiera.

 

Y ejemplos así hay más: recordemos al viejo Drácula, cuyas versiones fílmicas distan de la novela de Bram Stoker, por lo que, si bien no condeno la cultura pop, me parece que no tiene desperdicio acercarse a la esencia original de algo: sea novela, película, obra de teatro, biografía o lo que sea.

 

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