¿Qué es la filosofía?

Los filósofos en la actualidad, son muy aficionados

a la crítica en lugar de estudiar y comprender las

cosas por dentro.

EDMUND HUSSERL

¿Qué es la Filosofía? En sentido general, se la considera como un conjunto de reflexiones sobre la esencia de lo existente; se sustenta en procedimientos curiosos e indagatorios para descubrir las causas de los fenómenos, la razón existencial del ser en cuanto tal, su misión en el mundo; es decir, explicaciones sobre la realidad y la inmortalidad del alma (Moore, 1987). Es así que la pregunta se erige en el ámbito filosófico como la posibilidad de construcción antropológica y cosmogónica por antonomasia. ¿De qué manera la pregunta influye como instrumento en la estructuración psíquica del hombre y en la comprensión que le confiere al contexto histórico-social?

En primera instancia, la pregunta representa una senda de cimentación y autodefinición personal para encauzar propósitos existenciales a través de interrogantes como: ¿Quién es el hombre?, ¿Hacia dónde va?, ¿Existe alguna misión en su vida?, ¿Cuáles son las cualidades que le hacen hombre? No obstante, la trascendencia de la pregunta tiene alcances importantes vinculados al escenario histórico que favorecen el desarrollo del pensamiento filosófico. Consecuentemente, la Filosofía se entiende como sustento de reflexión superior que se apoya con la formulación de preguntas.

¿Qué pregunta el hombre?, ¿Acaso surge espontáneamente la incitación espiritual para que se genere la necesidad de preguntar en el hombre?, ¿Cuándo surge la necesidad de preguntar?, ¿La pregunta es una condición inherente a la naturaleza de todos los hombres?, ¿Dónde hace preguntas el hombre?, ¿Qué se encuentra cuando pregunta?, ¿A qué se enfrenta el hombre cuando indaga? Las preguntas que realiza el hombre sobre un fragmento de la realidad contextualizada por las condiciones espacio-temporales del dinamismo histórico, le revelan

matices diseminados que reflejan, filosóficamente, la intervención del hombre en la sociedad y su actuar en el mundo, es decir, el hombre pregunta con base en los procesos de abstracción que realiza del medio.

Los procesos de abstracción se encuentran estrechamente vinculados con la capacidad de conocer y descubrir el mundo; se inicia cuando el hombre estimula el desarrollo de su pensamiento desde elementos concretos, tangibles que percibe a través de sus sentidos físicos (conocimiento empírico). Sin embargo, dichos procesos trascienden lo operacional, esto es, el hombre no solo entiende el mundo por la relación concepto-objeto, por lo tanto, se complejiza la manera en que asimila y se forja ideas sobre el mundo, la sociedad, la historia, su misión como ser finito y transformador de sí mismo y de su entorno, así como las consecuencias que impactan los entramados histórico-sociales. A los procesos de abstracción le sobreviene la sustracción psíquica de elementos objetivos y subjetivos con los cuales el hombre interactúa cotidianamente.

La sustracción psíquica derivada de los procesos de abstracción, conlleva explicar que el hombre se enfrenta a simbolismos disímiles que se entienden como maneras de expresión (la religión, el arte, entre otras) creadas mediante símbolos con los cuales se representa el mundo de manera tangible e intangible. Los símbolos son signos que establecen una relación de identidad con la realidad abstracta. Por lo tanto, ¿Cómo interviene la Filosofía para que el hombre haga una sustracción psíquica del mundo? Dicha sustracción se sustenta a través de la percepción subjetiva y de procesos indagatorios constantes que cada hombre tiene para interiorizar e interpretar las experiencias, el conocimiento y, en general, el mundo.

El pensamiento filosófico se expresa en la Cultura y los simbolismos se manifiestan en ésta. La finalidad última de la actividad espiritual no es la obra de la Cultura, sino el desarrollo de la personalidad humana (Ramos, 2001), es decir, surge un ideal asequible que refiere alcanzar la perfección humana. Kant, expresa este axioma de la siguiente manera: “La Educación es el desarrollo en el hombre de toda la perfección de que su naturaleza es capaz”.

Con base en las ideas precedentes, ¿De qué manera trascienden los simbolismos como sustracción psíquica en la Filosofía de la Educación? A tal respecto, en sentido global, la Filosofía no se circunscribe enteramente al Saber Metafísico, la Filosofía estudia, precisamente, el simbolismo que se encuentra en el proceso histórico-social y cultural, por lo que, como corolario y reconociendo que la Filosofía de la Educación constituye una perspectiva de la Filosofía General, estudia los procesos de abstracción que se consolidan en el amplio Universo Educativo y que posibilitan la perfección gradual del espíritu humano. Consecuentemente, la Filosofía permea en variados campos del saber, tal es el caso de la Filosofía de la Educación. La Filosofía Educativa reconoce a la Educación como un hecho que contiene algo más que su realidad aparente y comprobada; se ocupa de considerar lo esencial de la Educación, o sea, el conjunto de atributos ideales que ostenta, de móviles que la animan y de metas que persigue (Nava, 2014). Tal conceptualización pone de manifiesto esclarecer el término Educación.

Parafraseando a Durkheim, se puede hacer la siguiente consideración: La Educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que todavía no están maduras para la vida social. Tiene por objeto suscitar y desarrollar en el niño cierto número de estados físicos, intelectuales y morales que exigen de él la sociedad política en su conjunto y el medio especial, al que está particularmente destinado (Durkheim, 1997). Las finalidades de la Filosofía de la Educación.

cambian con base en las transformaciones inevitables del flujo histórico y cultural, por lo tanto, los simbolismos en Educación se ajustan a los nuevos paradigmas de las generaciones jóvenes. Los símbolos de la realidad educativa la forman los diversos hechos sociales, en los cuales tiene lugar el mecanismo educativo de la transmisión cultural (Nava, Historia de la Educación en México, 2014).

El trabajo reflexivo del simbolismo en la Filosofía de la Educación conlleva al filósofo de la Educación a pensar en un ideal de hombre a conseguir. Por tanto, preciso es definir al hombre como un animal simbólico (Cassirer, 1994); por ello, el hombre ya no vive solo un universo físico sino en un universo simbólico. Es innegable que el pensamiento simbólico y la conducta simbólica se hallan entre los rasgos más característicos de la vida humana (Cassirer, Antropología Filosófica, 1994).

El desarrollo de la Filosofía de la Educación asume, primordialmente, la necesidad de valorar al hombre como ápice existencial para estructurar conceptualizaciones sobre Educación y sus finalidades siempre fluctuantes en el transcurso histórico-social y cultural. Asimismo, resulta indispensable reconocer las potencialidades naturales del hombre y la influencia formativa que tienen los procesos culturales, en los cuales se hallan simbolismos múltiples, abstracciones peculiares de entender una realidad educativa determinada.

La labor del filósofo de la Educación consiste en reflexionar en el lenguaje, producto de un bagaje histórico y cultural que se instaura en todo proceso formativo y de enseñanza-aprendizaje, así como el sistema de símbolos que se intercambian en el espacio aúlico. La educación se vale entonces del acervo de cultura ya acumulado hasta hoy para desarrollarla en el espíritu de cada individuo. Bien orientada la educación, no debe tender hacia el aumento del saber, sino hacia la transformación de éste en una capacidad espiritual para conocer y elaborar el material que cada experiencia singular ofrece. Sólo cuando de la cultura tradicional extraemos su esencia más sutil y la convertimos en categoría de nuestro espíritu, se puede hablar de una asimilación de la cultura (Ramos, El Perfil del Hombre y la Cultura en México, 2001), en la que los símbolos representan agentes imprescindibles.

Con base en el saber de la Filosofía de la Educación, la construcción de conocimientos en el entorno del aula, trasciende la transmisión pasiva de contenidos de aprendizaje para hallar significado en la psique y espíritu del educando, por lo tanto, se contempla que la expresión de su esencia se remite a la manera en que se cuestiona la realidad social e histórica-cultural a través del reconocimiento de simbolismos, producto de sustraer del medio más que vínculos concepto-objeto. En consecuencia, el espacio aúlico y la Escuela como ámbito institucionalizado para certificar conocimientos, encuentran signos de transformación individual y colectiva; es decir, se establece una Dialogicidad Simbólica (Dialogicidad: término retomado del Pedagogo Brasileño Paulo Freire).

La construcción conceptual de Dialogicidad Simbólica alude que, tanto al educando como al maestro se les conciben como animales simbólicos, bajo la perspectiva de la Filosofía de la Educación, lo cual significa que se construyen en un proceso dialéctico de intercambio espiritual, psíquico, ideológico, social, antropológico, axiológico, político, estético y formativo en armonía de expresión simbólica, cuyo fundamento sustancial radica en retomar la esencia de la Filosofía: cuestionar la realidad, indagar en los procesos simbólicos introyectados por la

cultura, por los procesos formativos inherentes a la Educación, de tal manera que la asimilación del mundo sea una oportunidad de transformación y perfección humana.

Se trata de forjar en los educandos la conciencia temporal o como lo expresa José Manuel Villalpando Nava, la conciencia histórica, en la que subyacen los propósitos formativos de la Filosofía de la Educación y que se perfeccionan cuando, mediante el encuentro didáctico cotidiano, la dualidad maestro-educando plantean y replantean simbolismos culturales.

Por:  DAVELINE ANNETT NOGUERA TEJEDA

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