El revolucionario Felipe Ángeles

El General Felipe Ángeles fue un oficial federal y un revolucionario, que por esta condición suscitó en sus tiempos virulentas polémicas y su destino sigue planteando numerosas interrogantes. El breve resumen biográfico que sigue tiene el propósito de orientar y conocer las características complejas de esta personalidad en su trayectoria que va del porfiriato a la Revolución Mexicana.

 

Los orígenes Felipe Ángeles nació en 1868 en Zacualtipán, un pueblo de la sierra al norte de Pachuca, Hidalgo, donde su padre, un veterano de las guerras de 1847 y de 1862-1867, desempeñó el cargo de jefe político antes de ser administrador de rentas de aduanas en ese y otros pueblos de la sierra de Hidalgo, en la zona indígena otomí y náhuatl. La familia Ángeles era de doble ascendencia, española e indígena. Para muchas personas que lo conocieron, en Felipe Ángeles sobresalían sus raíces indígenas y fueron comentadas positiva o negativamente, según los testigos: una de sus sobrinas recordaba con admiración que “tenía esa manera de ser que es muy del indio […], el indio tiene un gran señorío, una cosa […] grande; y era así, tenía esos rasgos”. Para Pedro de Alba, el legado indígena jugaba en su desdoro: “tenía en su contra [..] la suavidad del indio” (Nexos).

Jorge Useta presta a Luis Cabrera el siguiente juicio cargado de antipatía prejuiciada: “Yo considero en sustancia que el general Ángeles era un hombre más que inteligente, ladino, en el sentido que damos en México a esta palabra: hermético, y como buen indio, rencoroso”. Otro testimonio cita a Santiago R. de la Vega y presenta a Ángeles como un “hombre frío, de catadura indígena, y de cultura científica en su profesión, que desconcertaba a ciertos generales improvisados en la lucha”. Fue el tercer hijo del segundo matrimonio de su padre, quien le dio su nombre y eligió como padrino al general Manuel Mondragón. Sin duda, durante su niñez este habrá oído en boca de su progenitor relatos de guerra y palabras que exaltarían las virtudes militares, el sentido de la Patria y el respeto por las grandes figuras de Benito Juárez y Porfirio Díaz.

Entre las obras más famosas de Elena Garro están Los recuerdos del porvenir, Andamos huyendo, Lola y una obra de teatro sobre Felipe Ángeles. En 1989 se cumplen 70 años del fusilamiento de Felipe Ángeles, 120 de su nacimiento, y 75 de su principal hecho de armas: la Toma de Zacatecas. Con tal motivo publicamos este texto. Hace setenta años que Felipe Ángeles fue sometido a un juicio sumario por un tribunal militar y condenado a muerte por traición a la patria. Este crimen político se efectuó en la ciudad de Chihuahua.

Felipe Ángeles, el general más ilustre, más brillante de México, el que dio el triunfo a la Revolución Mexicana, fue dado de baja del ejército constitucionalista en 1917, a raíz de la firma de los Tratados de Teoloyucan. Sin embargo, se le juzgó y condenó de acuerdo con los códigos penales militares. El juicio fue ilegal y la condena un asesinato político.

 

De origen modesto, Ángeles hizo una muy brillante carrera militar. Llevó estudios en academias militares extranjeras debido a sus méritos y a su excepcional inteligencia personal. Nunca gozó de prebendas ni de ascensos muy merecidos. Gran matemático, escribió un Tratado de Balística Interior en el que hasta muy poco, estudiaron los cadetes de Saint Cyr. Director de la Academia Militar de San Jacinto, logró dar una formación ética y moral a los cadetes. Estos jovencitos fueron los únicos militares que aceptaron dar escolta al Presidente Madero, durante las terribles jornadas de la Decena Trágica. Este, leal maderista, dirigía a las tropas leales desde el Hotel Francis, situado en el Paseo de la Reforma, para contener el avance de las fuerzas traidoras levantadas en armas contra el gobierno legalmente constituido.

El Presidente Madero y el Vicepresidente Pino Suárez fueron arrestados dentro del Palacio Nacional. Se les encerró en una habitación a la que no tardó en llegar también preso el general Ángeles. Allí, fuertemente custodiados, esperaban. ¿Qué esperaban? La llegada de los asesinos. Un rato antes de que lo sacaran para matarlo, Madero supo el horrible asesinato de su hermano don Gustavo Madero. Los carceleros apagaron la luz y Felipe Ángeles escuchó los sollozos de Don Francisco I. Madero. Sollozos que no debía olvidar jamás.

Hacia la medianoche se presentaron los asesinos y brutales se llevaron al Presidente y al Vice-presidente. El coche que utilizaron para el siniestro viaje a la Penitenciaría, quedó cubierto de sangre, como lo afirman las actas levantadas en las que constan las declaraciones de los empleados y dueños del garage, encargados de lavar el automóvil. Apenas llegado a puerto, el General Ángeles regresó a Norteamérica de donde cruzó clandestinamente la frontera mexicana, para unirse a Carranza, que ya se había sublevado.

 

“Desde el principio muchos nos dimos cuenta de que Carranza nos llevaba a una dictadura. Estar contra Carranza hubiera sido fortalecer a Huerta, hubiera sido un crimen” nos dice Felipe A., que abandonó a Carranza para unirse a Francisco Villa, que levantado en armas, organizaba a sus fuerzas militares.

 

Magistralmente, Francisco Villa puso en pie la gloriosa División del Norte y en un avance fulgurante tomó Torreón y se preparó a tomar la inexpugnable plaza de Zacatecas.

 

“Cuando Carranza vio rota la fuerza moral huertista, provocó el rompimiento con Villa, prohibiéndole que obtuviera la victoria de Zacatecas. Todos los generales de la División del Norte hablaron de dispersarse y, algunos, de ir sobre Carranza o a las montañas. Ahí, propiamente, terminó la lucha contra la reacción dictatorial y empezó la lucha contra la nueva dictadura. Estamos satisfechos de nuestra obra: entre Huerta y Carranza, preferimos a Carranza”. Es lo que dice el general Felipe Ángeles.

Después de Zacatecas vino la Convención de Aguascalientes. Carranza se instaló en la ciudad de México. Esperaba ser nombrado Presidente de la República, pero la Convención decidió que ningún jefe militar podía ser Presidente y nombró Presidente provisional, por un año, al general Eulalio Gutiérrez, para llamar a elecciones libres y con candidatos civiles. Carranza se rebeló y se nominó Presidente de la República. Ante esta actitud las fuerzas villistas y zapatistas entraron a México. Carranza huyó a Veracruz. Las fuerzas revolucionarias instalaron en Palacio al Presidente provisional y se retiraron de la capital, como había sido convenido en Aguascalientes. Carranza volvió a la ciudad de México y echó de ella al Presidente provisional Eulalio Gutiérrez.

El general Felipe Ángeles escogió el destierro. Se negó a la lucha fratricida. En Nueva York vivió muy pobremente, con su esposa y sus tres niños. Se interesó en el socialismo y creyó ver en él la solución para su patria. Cuando se cometió el asesinato de Emiliano Zapata decidió volver a México para lograr la concordia entre los mexicanos.

“Carranza dijo que mi acción era igual a la traición de Huerta; los carrancistas dijeron por la prensa de la República y por la de los Estados Unidos, que yo estaba en connivencia con los porfiristas y con los huertistas; inventaron una carta del General Díaz y otra del señor Limantour, en las que se me encargaba de tornar la Revolución en favor de ellos y luego me acusaron de venir a los Estados Unidos a vender mi espada a la reacción”. Y agrega Felipe Ángeles: “Pues sepan carrancistas y huertistas, que estoy con Villa y con Zapata y con Genovevo de la O., y con todos los pobres que no se someten a la injusticia y que no presentan las espaldas al látigo de los dictadores, que me enorgullezco de ello; que me entristece que mis inescrupulosos enemigos, siendo mexicanos, no aborrezcan el látigo del amo y vayan poco a poco, mendigando, el arrimo y el derecho a lamer las botas del dictador” (Nexos)

 

Felipe Ángeles cruzó la frontera clandestinamente, habló con Villa, y se dirigía al Sur, cuando uno de los cuatro hombres que lo acompañaban, lo entregó a sus enemigos, al juicio sumario y al asesinato. En México se recibieron centenares de peticiones en favor de este, provenientes de las universidades extranjeras y de los intelectuales europeos. Peticiones que no fueron escuchadas.

 

“Sepan que en el destierro pasaré mi vida entera, antes que inclinar la frente o que moriré ahorcado de un árbol a manos de un huertista o de un carrancista, por el delito capital de odiar las dictaduras; o que algún día colaboraré con éxito en conquistar la libertad y la justicia, aún para ellos”.

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