MOMO Y una anécdota de por qué vale la pena releer tus libros

A veces pasa que tenemos el librero repleto, y en una mudanza nos vemos en la difícil decisión de ver qué libros dejamos atrás. He aquí una buena razón de por qué conservar más de uno.

De alguna forma me tomó por sorpresa (en realidad no, según veremos a continuación) cuando vi en el metro a un tipo en sus treinta leyendo “Momo” de Michael Ende, un libro que por lo general se le deja leer a chicos de primaria o secundaria (no es que esa sea la intención exclusiva de su autor). Eso me hizo recordar los libros que uno relee, y por supuesto, me hizo recordar que yo mismo leí la novela de Ende. Era uno de esos libros que uno tiene que leer para clase, pero que disfruté pese a la imposición.

En caso de que el lector no lo haya leído aún, “Momo” va de una niña huérfana que lleva una vida apacible y pintoresca en un pueblo italiano, y que posee la extraordinaria habilidad de saber escuchar a la gente, cosa que le provoca el aprecio de quienes la rodean. Todo termina cuando al pueblo llegan “los hombres de Gris” a promocionar la idea de ahorrar tiempo como si de efectivo se tratara (muy a la manera en que uno ahorra en el banco, ni más ni menos). La llegada de estos burócratas sobrenaturales convertirá la vida de los pueblerinos en un escenario estéril y gris (cualquier similitud con la vida real es pura coincidencia).

Cuando leí la novela a los doce años, fue muy sencillo sentirme identificado con los niños protagonistas, mayormente por la edad, y por el tipo de vida sin mayores responsabilidades, no obstante había algo más atractivo: el poder verse convertido en el héroe, capaz de vencer al villano aún siendo un niño. Cuando terminé de leer el libro (y hube entregado el trabajo correspondiente), el libro fue a dar al estante, del que fue exhumado años después por una adulta versión de mí mismo. Aún recordaba, aunque vagamente, la impresión que había dejado en mí la novela, así que decidí re leerlo pensando en la oportunidad de poder comparar ambas experiencias. Fue una especie de shock. Uno se revela a sí mismo como una suerte de hombre gris: tratando de ahorrar un tiempo intangible al igual que se hace con el dinero intangible (plástico) en un banco, sacrificando tal vez aquello que uno ama en pos del paso frenético de la vida adulta, y quizá hasta de la vida urbana.

Haciendo de lado lo cursi que pueda parecer mi anécdota, o las implicaciones temáticas de la novela; el hecho es, querido lector, que vale la pena releer sus libros. Me atrevo a decir, incluso que debemos re leerlos siempre que se pueda. Con su falta de humildad característica, James Joyce alguna vez dijo que aquello que exigía de sus lectores es el que dedicaran la vida entera a leer su obra. Si bien puede caer en la exageración, me parece que leer un libro por segunda vez nos permite ver cosas que habíamos pasado por alto, relacionarlas entre sí, relacionarlas con lo que sabemos, y entonces arrojar nueva luz sobre la lectura. Imagínense entonces el efecto cuando se lee algo en distintas etapas de la vida: uno ya no es la misma persona, pero puede conectarse con la persona que antes se fue.

El libro se vuelve entonces, una especie de espejo. Por eso vale la pena volver a leer un libro, por eso vale la pena conservarlos. Por eso vale la pena leerlos. Leyendo entonces, uno puede aprender de sí mismo.

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