Una breve reflexión sobre la participación ciudadana en nuestro tiempo
En las últimas dos décadas del pasado siglo XX y en estos primeros 16 años de este siglo XXI, el mundo en general y América Latina en particular han vivido un proceso de transformaciones de signo distinto. Uno de estos grandes cambios, consistió en la instalación de la democracia como opción de gobierno en el mundo. En este escenario, no sólo se conformó una serie de condiciones que obligaron a reflexionar, los espacios e instituciones básicas para la organización política del Estado, sino que también se construyó un conjunto de condiciones sociales que generaron nuevas formas de organizarse y de solidaridad social, para exigir la apertura de los espacios públicos.
Con ello se acentuó la relevancia de la participación ciudadana en la consolidación de las democracias representativas, en tanto que el afianzamiento de esta forma de gobierno ya no depende sólo de que los ciudadanos ejerzan libremente sus derechos políticos, sino de que también éstos se involucren (participen) activamente en los diferentes ámbitos y etapas del quehacer público. (Giddens, 2000).
La participación ciudadana además, de abrirse al ámbito público, debe de ir más allá de la actividad partidista, su campo de acción de esta institución se han minado, agotado a causa de los excesos, la corrupción y los intereses individuales de las camarillas que las dirigen, del manejo faccioso de la mayoría de las instituciones del Estado y la iniciativa privada.
A lo que deberíamos aspirar es a que dicha participación parta de los intereses de la colectividad, ser ellos mismos los promotores, impulsores de planes, programas y acciones. Eso sí con el apoyo de las instituciones, al servicio de ellos, dándoles la mano para que los grupos de la sociedad se empoderen, entendido éste como un proceso que implica desarrollo personal y colectivo y la toma de conciencia de las capacidades e intereses.
Por esta razón es que la sociedad debe emprender la búsqueda de alternativas y empoderamiento para fortalecerse como grupo, pensando en el logro de objetivos comunes que los revindiquen en comunidad. Partiendo de sus necesidades reales o principales, que contribuyan a su bienestar, crecimiento y desarrollo del grupo social que pertenecen.
Partiendo de la premisa que los “objetivos no sean individuales”, porque estos son limitados y terminan por desvanecerse, cuando la personas o un grupo reducido logra su fin, que en muchos de los casos son concretos (materiales). Pero cuando están implementados de acuerdo a los intereses de la colectividad social, crecen y se reproducen, puesto que el sentir y pensar de las mayorías, siempre será mayor que lo personal.
La concepción de participación ciudadana corresponsable, que se propone, deberá entenderse como un proceso que incluye: espacio de interacción, comunicación y diferenciación entre el sistema estatal y el social, es decir, como una relación socio–estatal, con la condicionante que el Estado esté verdaderamente al servicio de la sociedad y no en forma tradicional, ya acotada. En otras, palabras, la participación ciudadana:
Es un concepto regularmente empleado para designar un conjunto de procesos y prácticas sociales de muy diversa índole. De aquí, el problema o riqueza de su carácter polisémico. Problema porque la pluralidad de significados, en ciertos momentos, ha conducido a un empleo analítico bastante ambiguo. (Álvarez, 2004: 50–51).
Se considera a la participación ciudadana como una acción colectiva que se despliega y origina simultáneamente en el plano social y estatal, no se trata de una acción exclusiva de una organización social. La participación ciudadana corresponsable es un tipo de acción colectiva, en la cual la ciudadanía toma parte en la construcción, evaluación, gestión y desarrollo de los asuntos públicos. Es así como se estará en posibilidades de generar acciones que contribuyan a la organización y a la restauración del tejido social; que permita el mejoramiento de la sociedad y la implementación de la democracia.
