SOBRE LOS DISTURBIOS EN LA UNAM

Y los problemas que hace tiempo aquejan a la universidad.

Una de las noticias más relevantes de los últimos días ha sido la riña entre estudiantes de los Colegios de Ciencias y Humanidades y diversos grupos porriles frente a la Torre de rectoría en Ciudad Universitaria, el cual resultó en dos estudiantes heridos de gravedad. Vale la pena recordar que, hace un año, una disputa entre narcomenudistas devino en balacera y dejó un saldo de un muerto. Como ex estudiante de la máxima casa de estudios no puedo evitar preguntarme qué podría hacerse para mejorar la situación. No obstante, me temo que el panorama resulta complicado, pues, en gran medida, el problema viene de la propia universidad: sus administrativos y, temo decirlo, sus propios estudiantes.

¿Qué fue pasó? A grandes rasgos, un grupo de estudiantes de los Colegios de Ciencias y Humanidades protestaba frente a la Torre de Rectoría para exigir, por una parte, la destitución de la directora de su plantel —a quien se le acusa de compadrazgo y de ordenar que se borrara un mural que pintaron los estudiantes—, y por otra, que se eliminen los grupos porriles que operan impunemente en los CCHs y preparatorias. Uno de tales grupos llegó a desmantelar la protesta, agrediendo a estudiantes y operando con el apoyo del líder de la Vigilancia UNAM.

Para quienes estudiamos en la máxima casa de estudios, poco de lo que sucedió es de sorprender, pues lo sucedido nos hizo reparar en viejas taras de la institución —ya fosilizadas— como la corrupción dentro de los planteles, los grupos porriles, la ineficacia de la Vigilancia al interior de la universidad, y la sempiterna actitud pasiva y pedigüeña de los miembros del sindicato de trabajadores de la UNAM. Todo el mundo se volcó para exigir soluciones a los problemas que la trifulca de la semana pasada dejó ver, pero me parece que pocos están dispuestos a hacer algo al respecto. Valga entonces un pequeño ejercicio mental.

Sin ponerse del lado de nadie, sin paternalismos de ningún tipo, ¿qué haría usted, amable lector, de encontrarse en la posición del rector? Limpiar la corrupción de los planteles universitarios se antoja como una tarea titánica, pues en varias ocasiones ha quedado de manifiesto el grado de influencia que tienen algunos profesores y directivos de la UNAM: como aquellos casos en que nada se hizo cuando varias estudiantes acusaron a profesores y directivos de acoso sexual. ¿Destituir directivos y miembros del sindicato? Estos se las arreglarían para imponer un paro de actividades en un santiamén. ¿Liberar el auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras? Los grupos que ahí operan son lo suficientemente numerosos y aguerridos como para contrarrestar cualesquiera acciones. Es más, apostaría que muchos estudiantes les brindarían su apoyo incondicional. ¿Desterrar a los narcotraficantes del Campus? Para ello habría que batallar contra cárteles de narcomenudistas violentos y contra una comunidad universitaria tolerante y consumidora. ¿Arreglar los desperfectos de los planteles? ¿Modernizar las instalaciones? Para ello hace falta dinero, que de seguro se va a los bolsillos equivocados, o cobrar una cuota, cuya simple mención, por módica que esta fuera, enardecería las huestes universitarias, desde estudiantes hasta directivos. ¿Mejorar la vigilancia UNAM? Para ello habría que destituir a varios elementos, contratar otros, capacitar a los resultantes y dotarlos del equipo e infraestructura necesarias para el buen desempeño de su labor. Esto resultaría en, una vez más, miembros del sindicato iracundos, y más de un estudiante airado porque se le exige no beber dentro de la universidad. Y para colmo de males, un periódico publicó recientemente un artículo donde se revela el paupérrimo sueldo de muchos profesores. Cuando veo la magnitud de tales problemas, no puedo evitar sentirme abrumado. Valga entonces otro experimento mental. ¿Qué pasaría si no existiera el pase reglamentado? ¿Qué pasaría si los requisitos de permanencia en la Universidad fueran más altos? Tal vez el número de estudiantes verdaderamente dispuestos aumentaría. ¿Qué pasaría si se cobrara una cuota? Si bien es cierto que existen muchos estudiantes en una situación económica adversa, la vasta mayoría tiene teléfono celular, laptop o se va de fiesta cada fin de semana. ¿Qué pasaría si el campus estuviera cerrado y sólo se le permitiera acceso a quienes tengan una credencial? Eso dificultaría un poco las cosas a narcomenudistas.

No obstante, al escribir estas últimas líneas, e imaginarme qué pasaría si de verdad se llevaran a cabo, no puedo evitar sentir una sensación chocante. Tales medidas irían en contra de los principios de apertura a la comunidad y de educación para todos sobre los que está fundada la UNAM. Entonces comprendo la importancia que tiene el que los estudiantes manifiesten su descontento. Hace falta una comunidad universitaria seria, comprometida, informada y dispuesta para que cambien las cosas. Las soluciones se ven lejanas; y el camino, arduo. Sin embargo, sólo entonces podrá darse el siguiente paso.

 

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