El buquinista

México- Francia, 2017, 95 min

Se cree que estamos en una época de inmediatez, en la cual no sabemos mantener relaciones sentimentales con otras personas; el estrés, la depresión y la soledad se quedaron incrustadas en una generación que crece con pantallas eléctricas mientras finge ver obras de teatro experimentales, tal como lo hacen los personajes de El buquinista, cinta escrita y dirigida por Gibrán Bazán, un cineasta que usa aquí como recurso cinematográfico el enlace de historias intrapersonales, como ya lo había hecho en su largometraje anterior, Generación Spielberg (2014).

El protagonismo de esta historia lo tiene Lucien, un librero amargado de mediana edad que vive entre sus libros y recuerdos, acompañado de su asistente, el enano Casildo; ambos forman un peculiar dúo. Con un aspecto desaliñado, la barba mal rasurada y una camisa que parece haberse desteñido por el uso, Lucien cuenta en voz en off y a manera de confesión, cuál es su percepción de su mediocre vida.

Él tenía un mundo y su mundo era él, o al menos hasta que ella, su fallecida esposa, apareciera en su vida. Después de algunos años de su muerte, cuando tiene la oportunidad, Lucien termina en la cama con otras mujeres; las usa como excusa para verla a ella, jugando así el papel de la víctima y victimario, mostrando así su adicción al pasado. Bazán coloca a su protagonista como alguien fácil de manipular (aunque él lo niegue dando comentarios sarcásticos y fingiendo no necesitar a nadie), y como prueba de ello propone la anécdota que se convierte en el elemento principal de la trama: Lucien encontrará un extraño libro que le hará creer que puede revivir a su esposa a partir de fórmulas matemáticas.

El amor es su princesa enjaulada, algo que puede confundirse con dependencia, un cordón umbilical que lo une a su antigua vida. Todo enamoramiento, por etéreo que parezca, sumerge en la realidad todas sus raíces, añejándolas en el instinto sexual. El acto de amar se ve en las escenas de la cinta como una extraña voluntad individual, a la que se le puede calificar como la voluntad de vivir. Lo que parece ser la meta fue sólo un placebo, y lo que importaba para Lucien, al mundo le valía un pepino.

Es así como él, convencido de poder revivir a su esposa, conoce sin querer a Ellen, una chica solitaria; ambos comparten la misma sintonía. Lucien y la joven entran en una especie de triángulo amoroso en el que el tercer amante es representado por el cuerpo desnudo de una mujer que se encuentra en una mesa llena de libros amontonados. ¿Se trata de un flashback o es producto de la fantasía? ¿Será acaso que el librero está regresando a su vieja historia de amor?

En la cabeza del amargado protagonista existen miles de metáforas sumadas a una terrible antipatía. Él está cansado de su monotonía, espera ansiosamente la llegada de la generación venidera encarnada por Ellen, la cual contendrá una misma voluntad que aspira a vivir en un ser nuevo y distinto que sea capaz de cerrar los errores del pasado.

 

Fernanda Flores Ramírez

Cineteca Nacional

Ciudad de México, 23 de junio de 2018

 

D y G: Gibrán Bazán. F e C: Ingmar Montes. M: Genaro Ochoa. E: Gibrán Bazán y Francisco García. Con: Juan Carlos Montes-Roldán (Lucien), Ariana Figueroa (Ellen), Amador Torralba (Casildo), Blanca Aldana (Marisa), Fabrina Melon (Laura). CP: Gilbaba Films. Prod: Patricia Carrasco y Gibrán Bazán. Dist:

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