Ye, China, 2014, 95 min.
En el primer minuto aparece un chico que se abotona la camisa frente al espejo, se abrocha los zapatos y sale con destino a un callejón angosto y solitario en espera de alguien que conteste a sus insinuaciones sexuales. «¿Cuánto es?», pregunta un transeúnte. «El oral, 50 renminbis [nombre oficial de la moneda china]. Completo, 100», responde el muchacho. El ahora cliente acepta y parten hacia un baño público. Pasa una felación y después el joven regresa al mismo callejón en busca de otro encuentro.
Esa rutina es repetida cada noche por el protagonista del primer largometraje del joven director Hao Zhou. Filmada con un bajo presupuesto y con ayuda de sus compañeros de la universidad, la película explora la psique del muchacho –un ser narcisista, enigmático y con un toque kitsch gracias a sus atuendos– y su actividad cotidiana, la cual es interrumpida por un romance fugaz. En una velada, conoce a una prostituta de su edad, con quien coquetea y vaga por la calle mientras conversan sobre su vida. La situación se dispersa cuando otro joven se enamora del chico, tornándose en un áspero triángulo amoroso.
En apariencia, La noche es un trabajo amateur de un debutante que economiza el lenguaje cinematográfico –tres interlocutores, un decorado que se limita en buena medida al callejón y el uso de cámara digital en mano– para contar una historia de encuentros y desencuentros que aprovecha la volatilidad de la juventud actual. No obstante, la película se singulariza por la libertad de tono y la atmósfera en la cual se recarga el trío de personajes. Ellos se autodenominan Nardo, Narciso y Rosa –en China, los nombres de algunas flores son usualmente ocupados como alias para la prostitución– y, como expresan en una escena, en su vida los términos mao bing (mal hábito) y ming bo (mal destino) son la traducción de un presente donde interviene el disfrute del cuerpo y el sexo sin la dramática referencia del amor o el dinero. El relato navega entre la intensidad poética de los textos del dramaturgo y novelista Jean Genet y la frialdad de los jóvenes del cine de Rainer Werner Fassbinder; todo en una gama tonal de amarillos y naranjas que recuerda a la sobriedad estética de los primeros trabajos de Wong Kar-wai.
Por otro lado, Zhou también delimita un apunte social, sobretodo referido al concepto de masculinidad. El novel director hace alusión al machismo y los matrimonios arreglados entre hombres y mujeres al tiempo que retoma elementos clásicos del cruising homosexual, como los encuentros nocturnos en baños públicos y parques, aquí traducidos como espacios de placer y ocio para el protagonista. La repetición de las canciones de la taiwanesa Teresa Teng enfatiza la silenciosa intimidad de Nardo, el personaje principal, encumbrado en la egolatría y el goce de su delgado cuerpo, el cual encuentra su máxima expresión no en la búsqueda del amor como sí en las contemplativas miradas y sensuales bailes que realiza frente al espejo. Es ese cariño al propio cuerpo lo que acoge la renuencia de Nardo a sentir afecto por sus dos enamorados, ya que lo que emerge es sólo la empatía por tener una vida indecente bajo el amparo de la luz de luna.
Edgar Aldape Morales
Cineteca Nacional
Ciudad de México, 13 de julio de 2017
D, G y Prod: Hao Zhou. F en C y B/N: Yang Zhan Wen. M: Lijun Deng, Feifei Feng y Xuan Zhon, con canciones de Teresa Teng, Antonio Vivaldi, Frank Sinatra y Johann Sebastian Bach. E: Hao Zhou y Yang Zhan Wen. Con: Hao Zhou (Nardo), Liu Xiao Xiao (Narciso), Li Jin Kang (Rosa). CP: Next Way Studios. Dist: Circo 2.12.