Las dos caras del humor y el drama

¡RIDI, PAGLIACCIO!

Si algo caracteriza a la comedia que se hace en Estados Unidos —o al menos a la que se vende por millones en Hollywood—, es que tiende a ser exagerada, grotesca, abusa de los estereotipos y con frecuencia es simplemente vulgar. Y ejemplos sobran: ¿cómo olvidar esa escena en la que Ace Ventura sale gimiendo desnudo de un rinoceronte mecánico?, ¿los gestos, voces exageradas y chistes de fluidos corporales en esa película horrenda de Adam Sandler, Jack & Jill?, ¿el bufonesco personaje Mugatu en Zoolander? Y aquí hago una pausa para reconocer que sí, vi las 3, porque el hecho es que ese tipo de comedia vende y no estoy aquí para criticar los gustos de nadie. Pero me llama la atención otro tema: las excelentes actuaciones de Jim Carrey en The Truman Show, Eternal sunshine of the spotless Mind, o Man on the Moon —que le costó la propia identidad—; o las de Will Ferrel en Stranger than Fiction o Everything must go; y hasta las del mismo Adam Sandler: Punch-drunk Love y Reign over me son, en verdad, grandes, grandes actuaciones.

Porque aquí podemos ver un patrón: pareciera que los comediantes tienen, paradójicamente, una inclinación hacia la tragedia. De acuerdo con una investigación de Peter Mc Graw y Caleb Warren, el humor ocurre cuando el espectador está frente a una situación que es benigna, pero que, al mismo tiempo, amenaza su percepción de cómo debe ser el mundo: es transgresora, incómoda, políticamente incorrecta, terrible, y a la vez, normal. De acuerdo con otras teorías, el humor es una especie de mecanismo de defensa, donde se alcanza cierta catarsis al expresar ideas y emociones —incómodas y desagradables como vimos antes— con el fin de generar placer en otros: para entretener. Y aún más allá: de acuerdo con la revista especializada The British Journal of Psychiatry, los comediantes y actores son más propensos a mostrar rasgos psicóticos o comportamientos asociados a la esquizofrenia o trastorno bipolar: se aplicó un cuestionario a comediantes, actores, y a gente de profesiones no-escénicas, donde se les preguntaba sobre sus experiencias con el pensamiento mágico, comportamiento antisocial, distracción e introversión; y resultó que comediantes e histriones alcanzaron puntajes más altos que los demás encuestados en todas las características que se analizaron. Incluso, se descubrió que los comediantes parecen tener cierto desagrado hacia la humanidad. [1] No resultaría extraño, por ejemplo, que un comediante como Robin Williams, nos diera actuaciones aterradoras —vean One Hour Photo— y otras enternecedoras; o que otros comediantes como Stephen Fry y Hugh Laurie —que formaron un dúo cómico en los 80— fueran diagnosticados con trastorno bipolar o depresión. Y la lista sigue y sigue: Sarah Silverman, John Belushi, Richard Jeni, Richard Prior, etc., experimentaron algún tipo de depresión o ansiedad.

Pero no todo está perdido, el humor también es un indicador de inteligencia: comediantes y caricaturistas tienden a tener mayores habilidades de razonamiento abstracto y verbal, pues se requiere de destreza mental para generar las condiciones contradictorias que requiere una situación humorística. Por otra parte, otras investigaciones parecen comprobar que el humor es una estrategia de ligue: sería una forma en que las mujeres detectan a una pareja inteligente; además de que explicaría por qué hay más comediantes hombres: desarrollar capacidades de ligue implica desarrollar capacidades verbales. El viejo verbo mata carita.

Pero de vuelta a donde empezamos, se debe criticar a un autor por su obra, y no por su vida personal. De modo que, si un actor está atraído por la comedia y, a la vez, resulta ser un buen actor dramático, con probabilidad todo lo anterior podría darnos una indicación sobre sus motivos; si bien no sirve como justificación: si una película es horrenda; y su humor, malo, simplemente es horrenda y mala. Pero no pasa nada si nos divirtió un rato.

 

 

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