Verano 1993

Estiu 1993, España, 2017, 97 min.

 

Para [la directora] Carla Simón el verano de 1993 fue sumamente especial, pero no precisamente por una experiencia placentera. Por aquel entonces, era una chiquilla de seis años que acababa de perder a su madre a causa del sida (su padre ya había fallecido tres años antes por el mismo virus) y de pronto tuvo que abandonar su piso de Barcelona para vivir junto a sus tíos en el pequeño pueblo de Les Planes d’Hostoles (Girona). Esa época tan trascendental la ha querido plasmar en su debut en el largometraje con Verano 1993, rodada en catalán y que ha convencido en los distintos festivales en los que se ha presentado: mejor opera prima en la Berlinale, Biznaga de Oro en Málaga y tres premios en el festival BAFICI de Buenos Aires son algunas de sus hazañas.

Y es que esta película toca la fibra del público por la autenticidad que transmite. Sin florituras ni adornos superficiales, Verano 1993 cuenta con 94 minutos de una honestidad brutal, donde el espectador se sumerge en la agridulce historia de Frida, álter ego de la cineasta, y el complicado proceso de adaptación a su nueva familia adoptiva.

La debutante Laia Artigas se mete en la piel de esa niña que debe enfrentarse a la muerte, incapaz de derramar una sola lágrima porque no acaba de entender el drama que la rodea. Artigas muestra todo un recital interpretativo donde abunda la naturalidad de los gestos y los diálogos improvisados, sobre todo junto a la encantadora Paula Robles, que encarna a Anna, su prima pequeña. Ambas dibujan un escenario donde reina la espontaneidad y la complicidad infantil. Precisamente una de las armas con las que juega Simón en la película es la de detenerse frente a los expresivos ojos de Frida en un intento de comprender el mundo que le rodea.

El verano en pleno campo con unos “padres” y una “hermana” nuevos no hace más que poner de relieve las diferencias y todos deberán aportar su granito de arena para que la convivencia sea un éxito. Es entonces cuando la cineasta expone abiertamente sus momentos más íntimos, en la búsqueda de su propio espacio, acentuando el egoísmo y el malestar ante lo desconocido, resaltando situaciones en las que intenta integrarse y se topa con la frialdad de gente que teme contagiarse de una enfermedad “maldita”, o reflejando la pérdida de su inocencia y el rechazo a unas personas que ya tienen adquiridos unos hábitos en los que ella parece no encajar.

La realizadora catalana nos regala escenas preciosas protagonizadas esencialmente por las actrices más pequeñas en un ejercicio de nostalgia. La cámara se mueve siempre inquieta y logra atraparnos hacia ese universo interior que sacude a Frida sin excederse en las situaciones dramáticas, regalándonos incluso algunas dosis de comedia necesarias.

Carla Simón sabe manejar las emociones para lograr removernos por dentro hasta ese inesperado final y destapar así la magia imprescindible en la oscuridad de una sala de cine.

 

Fragmentos de un texto de Astrid Meseguer

La Vanguardia (lavanguardia.com)

Barcelona, 28 de junio de 2017

 

FECHA POR CONFIRMAR

 

D y G:  Carla Simón. F en C: Santiago Racaj. M: Pau Boïgues y Ernest Pipó. E: Didac Palou y Ana Pfaff. Con: Laia Artigas (Frida), Paula Robles (Anna), Bruna Cusí (Marga), David Verdaguer (Esteve). CP: Inicia Films, Avalon. Prod: Valérie Delpierre. Dist: Interior XIII.

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