Autocrítica de un perrito burgués

Selbstkritik eines bürgerlichen Hundes, Alemania, 2017, 99 min.

Los perros hablan y hacen cine. Con esa premisa arranca la comedia marxista de Julian Radlmaier: la voz en off pertenece a ese hermoso cuadrúpedo que ocupa el centro del cuadro. El galgo inglés volverá en el final, aunque en verdad estará presente durante todo el filme en su encarnación humana. La metempsicosis solamente es posible en el cine.

En su vida de hombre, el galgo es cineasta y se llama Julian (como el propio Radlmaier, que además interpreta al cineasta). Quiere hacer una película sobre el comunismo. En cierto momento, para obtener mayor experiencia del trabajo manual y conciencia proletaria, se empleará en una granja en la que se cultivan manzanas. Sus compañeros de trabajo forman un catálogo de estereotipos psíquicos y sociológicos de la actual Alemania; están los viejos y los nuevos inmigrantes, también los ciudadanos vernáculos, tanto los proletarios como los patrones. En cierto momento se sumará un monje franciscano que, como su líder espiritual, puede entenderse con los pájaros. ¿Un delirio?

El marxismo es aquí por igual el de Groucho y el de Karl. La posibilidad o imposibilidad de situarse hoy en la tradición emancipatoria rubricada por el autor de El capital para pensar el mundo y la prepotencia, sentida en el interior de la conciencia, del capitalismo como único destino, son el tema del filme. Lo magnífico y poco habitual es la lúdica modestia de la forma elegida para trabajar sobre una crítica política de la autoconciencia de un artista. El humor no es justamente el habitual estado de ánimo de un hombre de izquierda; menos todavía la ligereza que campea amablemente en las insólitas situaciones que articulan el relato.

Pero Radlmaier es ante todo un cineasta, no un sociólogo con una cámara. Los encuadres geométricos y el premeditado uso de la profundidad de campo detentan un estilo, como sucede con la peculiar manera en que utiliza fragmentos de piezas musicales. En esto se parece un poco a Wes Anderson, aunque a diferencia de su colega estadounidense, la excentricidad no le interesa. Lo otro que comparten Anderson y Radlmaier es un profundo amor por los personajes: cada uno es querible por motivos distintos, a cada uno se le dispensa alguna cualidad que lo singulariza. Zurab, Sancho, Hong, Camille y el monje franciscano tienen algún momento en el que su presencia se adivina como insustituible.

En una hermosa entrevista reciente en el diario El País, el gran Jonas Mekas afirmó: «Aunque fracasen, lo que necesitamos son soñadores». La frase del cineasta describe muy bien el espíritu que sobrevuela este relato utópico, tan amable en tiempos feroces.

 

Roger Koza

Con fragmentos de textos publicados en La voz del interior (lavoz.com.ar) y Con los ojos abiertos (conlosojosabiertos.com)

Córdoba, junio de 2017

 

A partir del 16 de febrero

 

D, G y E: Julian Radlmaier. F en C: Markus Koob. Con: Julian Radlmaier (Julian), Deragh Campbell (Camille), Beniamin Forthi (Sancho), Kyung-Taek Lie (Hong), Ilia Korkashvili (monje), Zurab Rtveliasvili (Zurab), Bruno Derksen (Bruno), Anton Gonopolski (Anton), Johanna Orsini-Rosenberg (Elfriede). CP: Faktura Film, DFFB, RBB. Prod: Kirill Krasovski. Dist: La Ola Cine.

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