Segunda parte de este artículo sobre nutrición
Conservadores. El benzoato de sodio y el sorbato de potasio son dos conservadores por excelencia. Hay muchos más, pero son estos dos los que quizá más encontremos en los distintos alimentos procesados. Si hoy preguntáramos a los consumidores qué prefieren: un alimento con conservadores artificiales o uno libre de conservadores, la respuesta sería contundente: uno libre. ¿Qué los hace tan malos? Si buscamos en la literatura, el benzoato de sodio podría en combinación con la vitamina C formar bencinas, un compuesto carcinogénico. Pero, desde hace tiempo muchos fabricantes al darse cuenta de esto evitaron esta combinación en los alimentos. El Benzoato ha sido ligado también a hiperactividad en niños, pero ningún estudio ha sido concluyente. Además, la FDA (Food and Drug Administration) en EEUU y la Secretaría de Salud en México tienen límites para la adición de conservadores en alimentos, límites que son tan bajos que necesitaríamos comer quizá kilos diarios de alimentos ricos en conservadores para provocarnos un daño. Lo que sí está documentado es que tan solo en EEUU el año pasado la CDC (Center for Disease Control) reportó 325,000 hospitalizaciones por infecciones o intoxicaciones asociadas con alimentos. La cifra en México es mucho mayor. Los conservadores cumplen una función en muchos de los alimentos que consumimos, eliminarlos no está necesariamente mal pero hay medidas que tomar a cambio. ¿Estamos manejando adecuadamente alimentos que carecen de conservación y por ende son susceptibles de contaminación por microorganismos? La respuesta es, sobre todo en México, No. Hoy me daría mucho más miedo consumir una rebanada de pastel en un mercado sobre ruedas que una rebanada procesada que incluyan conservadores entre sus ingredientes. Y sentiría que mi salud está más en riesgo con muchos quesos frescos ‘artesanales’ sin ningún tipo de control que con uno procesado industrialmente. Los conservadores son uno de tantos ingredientes que tendemos a satanizar pero que al final, cumplen una función importante.
Frutas y vegetales orgánicos. No voy abundar mucho al respecto. Pero no todo lo que brilla es oro. La Certificación orgánica nos garantiza que un alimento está libre de pesticidas, fertilizantes, hormonas, antibióticos, medicamentos veterinarios y en algunos países organismos genéticamente modificados. Lo anterior es cierto para México. Pero no para todo el mundo. Hoy importamos fruta, carne, huevo, vegetales y alimentos procesados de muchos sitios que certifican orgánico pero cuyas certificaciones no cubren lo mismo que las certificación vigente en México. Un fruto orgánico importado del sureste asiático o de algunos países de américa latina podría estar libre de pesticidas, fertilizantes, hormonas, pero no necesariamente no estar genéticamente modificado. Más aún, un producto cárnico, podría incluso en México, aprobar una certificación orgánica y contener nitratos y nitritos; si, los mismos compuestos que la Organización Mundial de la Salud relacionó con cáncer en los cárnicos hace apenas un año. La certificación orgánica no es deficiente si se realiza con una institución confiable y con experiencia, si nos aseguramos de que en el país de origen de nuestros alimentos orgánicos esto se cumple, podemos estar tranquilos. De lo contrario, dichos alimentos orgánicos podrían presentársenos con un ‘halo de inocencia’ que no necesariamente es tan inocente.
No todo lo que parece malo lo es, no todo lo que parece bueno lo es. Comer es un gran placer, hacerlo con miedo no es lo más recomendable, mejor informémonos. No satanicemos a partir de una sola publicación, comparemos. En el mar de información que hoy existe, hay muchas instituciones que trabajan métodos científicos para determinar (a veces durante años de experimentación) la seguridad de un alimento o un ingrediente. Acerquémonos a estas instituciones, la FDA de EEUU, la Secretaría de Salud, Profeco o el Instituto Nacional de Nutrición, son solo algunas de ellas cuya información está muchas veces abierta al público. Después de todo, ser lo que comemos y no saber qué comemos se me antoja una terrible paradoja.