Enseñanzas de un hijo de 11 años.
Ser mamá es mi papel favorito en la vida, y es que es el que más me hace sentir viva, porque literal, me enloquece. Paso de una emoción a otra sin advertencias. Pero sin duda, mi emoción favorita de ser mamá es el orgullo.
Braulio es el nombre de mi hijo de 11 años, a su lado he agigantado mi capacidad de asombro, sus ocurrencias son las que nos dan identidad como familia y las que han construido nuestros pequeños rituales de amor. Braulio también es duro con sus críticas, no se quiebra ante los ojos de nadie y eso de los silencios, no le parece tan incómodo.
Hace un par de días nos estacionamos frente a una pizzería y mis ojos se clavaron en una chica con sobrepeso que equilibraba 2 cajas de pizzas, a lo que sin pensar expresé:
-¡Ay pobrecita! Debería estar comiendo ensaladas en lugar de pizza.
Braulio me volteó a ver extrañado y soltó sin remordimiento:
-Pobrecita tú, que te crees tan perfecta. Si a ti no te gusta la pizza, come sano y ya.
¡Praz! No pude ni pestañear, me agarró en curva.
Pero Braulio tiene razón. Como que a uno se le hace bien fácil andar por la vida criticando lo que los demás hacen o dejan de hacer. Vemos mal que la gente tire basura en la calle, pero qué tal la basura que sale de nuestras bocas cuando hablamos mal de alguien.
No voy a ahondar en ejemplos donde impera nuestra doble moral. Más bien quería presumirles lo orgullosa que me siento de mi hijo, el respeto tan grande que le tengo y la infinita alegría que me regala con su presencia en mi vida. Mi pequeño Dalai Lama, tengo que aprender mucho de ti.